No sé sobre qué mar sin nombre
cosecho esta alegría, esta tristeza
de humano con la vista corta
y la mandíbula partida a golpes
y un pie más corto que el otro
y unos ojos que creen que duermen
cuando en realidad
buscan en los espejos y en los árboles
esa obscena tentación que deja la luz
artificial al apretar un botón
o al encender el coche
o al vislumbrar la muerte en un faro
olvidado por los marineros
y los pescadores
y los miro con el rencor de mi abuelo viudo
la rabia inútil de quien pierde el equipaje
y con ello tantas fotografías
de cuando esta tierra arbolaba
en diamantes y olas y alcohol
tierra dorada que se me escapó
de los dedos en un abrir y cerrar pupilas
No recuerdo la noche de sal
en que clavé una quilla en mi garganta
y me desembarqué de la aventura
desventura de la vida
quizá buscaba el remedio
para cada uno de mis miedos
el vértigo
la serpiente
la aguja de mi tía enfermera combatiendo cuerpos
ajenos
el miedo al sarcófago de los aguafiestas y
dictadores y malhablantes
que posan en la esquina
el miedo a que las horas pasen
y no pueda montarme al caballo negro
en el pueblo de mis abuelos
donde no volveré a ser niño
ese miedo a no volver a ser niño ni adolescente
son la sal, la quilla, el recuerdo
anclado en mi pecho de réptil
tísico, quizá iba en busca
del remedio, olvido, para la enfermedad
de la que no estoy enfermo
para la palabra que no llega a mi lengua
partida a golpes, la palabra
que no me pertenece pues
no se refleja en el espejo, en el techo
en cada una de las huellas insomnes
que voy dejando noche a noche
pues estos ojos creen que duermen
cuando en realidad gastan el paso del viento
inventando historias
mientras vago sin rumbo
en las fotografías de la abuela
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