jueves, 14 de noviembre de 2013

No queda más que abrocharse la bufanda

usted que hurga mi rostro
sin reconocerme
que bebe algún alcohol barato
o cierta aspirina para el mal de muelas
que al estampar la puerta
ficciona mi cotidiana aventura
y me aborrece
que a diario se levanta a las ocho de la mañana
muy puntualmente
para tomar un camión
que lo lleve al otro lado de la ciudad
traspasando los cerros
para sentirse útil
y sobre todo responsable
ante los mutantes que lo acompañan
los mutantes a los que alimenta


usted de huesos fuertes
y consultas médicas
cuando le vienen los dolores de espalda
que tiene televisión de cable
pero no hay nada que lo entretenga
que era un buen portero en el llano
y terminó falto de reflejos
sin la sensibilidad necesaria
con la cual compadecerse
del niño indigente
que canta una canción mal aprendida
acompañado de una vieja guitarra desafinada

usted que usa reloj de marca
un collar de oro para perros
un coche del 2010
que vigila que su descendencia
se duerma a las ocho de la noche
muy puntualmente

usted que sufre de claras pesadillas
debería saber
que no queda más que abrocharse la bufanda
y si hay valentía ahorcarse con ella
platicar con los edificios
secuestrar perros callejeros
durante cada medio día de hambre
que uno se puede ir al contraataque
para curarse de envidias
y personas non gratas
que todo hogar esconde un caos en la cocina
el comedor y el closet repleto de comejenes
que estamos aquí para devorarnos
física o abstractamente
los unos a los otros

pues no queda más que un recuerdo
oscurecido por la vejez
que nos espera con los brazos abiertos
para entregarnos
una absurda promesa de buen futuro
para bañarnos con la suficiente mitología
que nos consumirá hasta los huesos
sin más historia
que este río revuelto
en el que nos ahogamos diariamente
a las ocho de la mañana
o de la noche
muy puntualmente

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