al aire libre, ya sea en el parque, la cocina
o el desfile de moda: muestran su premura
y un segundo después te alivian cualquier dolencia.
Hay quienes piden gafas para acorralarlos
o evadirlos aún a solas, en medio de la nocturnidad.
Hay quienes, como si fueran una delicia,
los reparten por el mundo, entre los hijos y las mascotas.
Los enseñan (atávicamente) como una lección para acceder al paraíso
o excusa docta para engalanar un banquete de tristuras.
En su presencia no hay que guardar silencio
ni erigir actas judiciales. Lo que se debe hacer
es preparar la réplica con deleite y agudeza
y poner el siguiente anuncio en cada puerta:
AQUÍ ESTÁN PERMITIDOS TODOS LOS PEDOS.
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