lunes, 24 de enero de 2022

Oda a la computadora

Durante la secundaria, tuve una máquina de escribir que no he visto de un tiempo a la fecha. Mi mamá la compró para que hiciera mis trabajos escolares, pero era una tortura usar ese aparato. Recuerdo a mi tía Elva, hermana de mi padre, hablar sobre su Taller de Mecanografía; desde que tengo consciencia la mayoría de las mujeres adolescentes alababan ese taller en las secundarias de Pinotepa.
Soy un acumulador radical de cosas y esa manía en casa es un detonante de conflictos: acumulo juguetes, ropa, papeles, libros —a cada rato me insisten en depurar la biblioteca y eso que ya no compro libros—, tickets, objetos de todo tipo. Ansío coleccionar máscaras y objetos artesanales. Hoy en día acumulo plantitas. Pero nunca he tenido interés por las máquinas de escribir, ese interés que obnubila a quienes se dedican a la escritura creativa, como si este méndigo aparato, por generación espontánea, los convirtiera en escritores. Una máquina de escribir, no un libro publicado, vuelve escritor a todo mundo. ¡Qué efectiva falacia! (Texto completo en Capote).


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