viernes, 7 de septiembre de 2018

Auténtico

Nunca escribiré un poema serio
honesto, un poema como dicen –permítanme
buscar la palabra, no la recuerdo, la tenía
en la punta de la lengua– un poema
auténtico (abro el diccionario, transcribo: “[Del lat.
authentĭcus, y este del gr. αὐθεντικός] 1. adj.
Acreditado de cierto y real por los caracteres
o requisitos que en ello concurren.

‘Es un goya auténtico’. 2. adj. coloq.
Consecuente consigo mismo, que se muestra
tal y como es. ‘Es una persona muy auténtica’.) Hay
una tercera definición, pero este tipo de citas
le quitan autenticidad al verso, lo pienso, y
¿cómo será un Goya auténtico? ¿el fusilado
con los brazos en alto? ¿Esos perritos
finos resguardando fusiles? ¿Una persona
auténtica cae en la misma mierda mil y una perezas, visita
el mismo burdel, prende la televisión a la misma
hora todos los días? Estaba en que nunca
escribiré ese poema
serio
honesto
auténtico
simplemente porque me la paso pensando
en el fútbol, jugando fútbol, comprando
artículos de fútbol, abriendo todas las mañanas
el diario en la sección de deportes
para leer los chismes del fútbol. Por eso, a veces
pienso que tanto adjetivo hace derrapar al poema
entre tanta mierda de perro, vómitos de vaca, egos
y envidias de conocidos y colegas; cuando, en vez de
tanta diatriba, nos deberíamos conformar, un poema
debería darse por satisfecho (lo digo mientras leo
la pueril catástrofe del fútbol en estos días: Messi
dos meses fuera de cancha y Cristiano con el
punto de mira atrofiado) con sacarle carcajadas
rocambolescas o producirle escalofríos burlescos
al lector despistado que se topa con mi falta
de seriedad, de honestidad, mis poemas no-auténticos,
espurios, fingidos, artificiosamente simulados, de los cuales
cualquier lector especializado puede librarse, sin agravio
para el autor, a la vuelta de la esquina.

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