jueves, 30 de agosto de 2018

La falacia del contexto social y la pobreza intelectual

La postura que intenta rescatar el contexto social desde la literatura no muestra otra cosa más que falta de trabajo y, sobre todo, de lecturas.
Desde que me metí seriamente a intentar escribir he rechazado esta posición ventajosa y que daña a la escritura creativa, una posición más ligada al academicismo y al periodismo barato, simple letrina de panfletos, de anécdotas y no de actos que desenmascaren la condición humana, única aspiración, en caso de haberla, de la literatura.
¿Cómo eran los paseos de Pessoa, la bohemia de Rimbaud, la seducción de la incipiente publicidad en tiempos de Salinger y Fitzgerald? ¿Acaso en sus textos no muestran el contexto social que pisan sin caer en la tentación de convertirlo en prioridad literaria?

Desde esta visión llana, ¿cómo queda la genialidad solitaria de Borges, Shakespeare en medio de la elegancia del reino inglés, el mismo Cervantes con su demente caballero medieval?
Alguna vez una muchedumbre le preguntó a Juan Gelman sobre la capacidad de intervención social de su oficio, la famosa utilidad de la escritura y el poeta argentino les respondió: “Hay cosas que no se le deben pedir a la poesía. Hay que pedírselas a la gente: que defienda sus derechos, por ejemplo”.
Los franceses Flaubert, Balzac y Sthendal inventaron en el siglo XIX algo que los críticos llamaron realismo literario: corriente que bien podría encuadrarse en esta moda-ocurrencia de ingenuos sin referencias literarias, aunque estos genios franceses iban más allá que plasmar los sucesos de la rutina.
También están los grandes escritores rusos en medio de la decadencia de los zares. ¿Acaso Tolstoi, quien se asumió como activista proletario, no retrata a su época hablando de los vaivenes de Ana Karenina y toda la tremenda existencia que hay en Guerra y paz? ¿De qué carajo escribieron los gringos de la posguerra sin necesidad de poner al frente del telón el contexto social (y los papás de éstos: Faulkner, Steinbeck)? ¿Dónde queda ese universo creado por Joyce o lo que crea el Celine de Viaje al fin de la noche?
En México, hay algunos escritores comprometidos con la causa social, pero obcecados por la literatura: cuentos de Inés Arredondo, novelas de Ibargüengoitia, poemas de Jaime Reyes y Efraín Huerta; habrá que releer a Sor Juana para superar ese borrico discurso del contexto social. Y otros escritores mexicanos que les siguen: Gorostiza, Becerra, Lizalde, Ricardo Castillo, Max Rojas. ¿Bajo qué atmosfera escribió sus ensayos y poemas el tan polémico y lúcido Octavio Paz?
En realidad, desde mi punto de vista, no hay genio literario que no haya retratado los sismos de la vida colectiva en sus escritos.
En Latinoamérica, como continente literario, están obras de gran calado que no desatendieron el contexto social, como Tres Tristes Tigres de Cabrera Infante (quien sintió la hoz del régimen cubano), las novelas de Fogwill, Roberto Artl o Jorge Amado; están Pasto de Verde de Pármenides García, el Pacheco de Morirás lejos, Elena Garro y su Recuerdos del porvenir; y el novelón que es Noticias del imperio de Fernando del Paso (una novela que no es, pero bien podría etiquetarse de novela histórica, que es la vertiente creativa más interesada en rescatar contextos sociales). También habría que mencionar las obras literarias de dos novelistas desatendidos por el mercado editorial mexicano: Daniel Sada y Luis Humberto Crosthwaite. Y se me escapan Gardea, Amparo Dávila, Elizondo.
En tiempos recientes, escritores centroamericanos se dedican a la literatura y, sin ponerlo como condición, reflejan el infierno que incendia a sus países.
Quienes pregonan esta falacia, ¿alguna vez habrán leído atentamente lo que crearon, por mencionar sólo algunas, Woolf, Austen, Brönte, Shelley, hasta llegar a escritoras más contemporáneas como Gloria Fuertes, Carmen Ollé, Carson, Ana María Matute, Toni Morrison, Laforet, Sexton, Lispector, Rosario Castellanos, Sharon Olds, sin ponerse una bandera social a la hora de sentarse a escribir? 
Mencioné una mínima parte de escritores, los que más leo, los que recordé con mayor facilidad, pero en base a los que podría concluir que no hay obra literaria que por sí misma no sea ya una postura política, una crítica social, una pintura del contexto social.
A prisa me vienen a la mente dos novelas autobiográficas de gran hechura que, siempre cegados por la literatura, captan sus contextos con tremendos pasajes que, más que las crisis colectivas, retratan la condición humana. La primera de Amos Oz, Una historia de amor y oscuridad, donde habla de la obsesión por publicar de su padre, su acercamiento a los libros, la cercanía con su madre y su infancia resguardándose de las bombas durante el conflicto entre Palestina e Israel. La otra es de Thomas Bernhard, El origen, donde reflexiona sobre el suicidio, la música y la vida nazi mientras su ciudad también es azotada por bombas.
El argumento del contexto social como pilar o como opción de la escritura creativa muestra pobreza intelectual en quienes lo promueven, visionarios de paja que se sienten descubridores del hilo negro de este oficio. Además, indica una falta de reflexión sobre el oficio, misma que debería llevar a repensar si la obsesión personal es la creación literaria o el pseudoactivismo o los academicismos sociológico, hemerográfico, antropológico e histórico. O nomás sentirse escritor para hacer alharaca de la superficie de la herida humana y no su fondo siniestro.
Tantos genios literarios se partieron el espíritu escribiendo historias irrepetibles donde se contextualizaba la vida, sin ser esto el objetivo central, se tronaron la mente tratando de hablar de la condición humana, aspecto que posiblemente sea el único fin de la literatura. Pero cómo retratar la condición humana, si ni siquiera se reflexiona sobre la propia condición a la hora de sentarse a escribir.
¿Acaso piensan que la enfermedad como tema literario en México surgió por generación espontánea, por simple y llana moda, más allá de quienes se aprovechan pragmática y superficialmente de este tema en boga? 
¿Acaso Homero no es fiel testigo de su época?
¿No se han perdido en la densidad narrativa con la que Marcel Proust habla de pasiones humanas y su época y su país?
¿Acaso la poesía de Huidobro, Parra y Vallejo no tienen tanto de esta inhumana, servicial, caciquil, improvisada y violenta América Latina en la que vivimos?
Tremenda falacia ésta, el contexto social, a la que algunos han reducido el daimon, ese invento de Sócrates, esa voz que no dejaba en paz a Goethe, en nuestros días líquidos.

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