Hace tiempo me rendí. La vida no es más que una coladera donde se atascan colillas, insectos sin brújula y humanos pugnando por ser los mejores en la escupidera de maldad e idiotismo.
Hace tiempo dejé de creer en la belleza. Tanta sangre en mis zapatos y yo sin una tabla de surfear para matarme en el intento de librar una ola que no volverá en siglos. Tanta pereza para acabar redactando los boletines oficiales de esta niebla venenosa que llaman oficios de vida.
En mis manos hay música. No esa música mansa, que idolatran los esclavos, música ideológica que no lleva a ninguna parte. Sino la música que ilumina el orgasmo del universo.
Tampoco creo en la tristeza y, por ello, en la felicidad. Mis pasos siempre fueron a ciegas, sin paracaídas y mis porrazos siempre fueron una tranquilidad bárbara.
Hace tiempo que conocí la vida y tengo pésimas impresiones de ella.
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