De Bataille apenas si comprendo
su carretera rumbo a la ipseidad
y en el puerto se reportan lluvias fuertes,
posibles inundaciones sobre estudiantes
apurados en abordar la música tropical.
Ese no soy yo, el que no entiende la filosofía
contemporánea. Me busco a mí mismo
en lugares de paso, con los ojos
en plena elisión por la acidez
del alcohol barato
robado en el autoservicio.
Se reportan cerros de basura y el águila,
símbolo de esta patria que desde la infancia
escondí bajo la cama, está por desaparecer.
Surfeo olas imaginarias para evitar el hastío,
para no dormir y forjarme un carácter
que soporte los axiomas empresariales.
¿Para qué contar los muertos?
¿Para qué pulir el pasto?
¿Para qué las amistades,
si al darles la espalda
le contarán los misterios personales
al primer simio que los salude?
No soy yo el que busca equilibrarse
en la banqueta: el infierno
es un supositorio para almas equinocciales.
Demasiado dato para un poema,
¿no?
y la calle
es una suite de lujo para mascotas
que huyeron de sus dueños; no quieren
humanizarse, ni sentarse en la mesa
a la hora del noticiero vespertino
o en el café del barrio:
no quieren razonar sobre sí mismos
adornados por la bochornosa sabiduría
del humano: retroceder, ir en reversa
hasta impactarse con la tranquilidad
de una naturaleza muerta.
Al parecer en esta selva nadie evoluciona:
siguen pensando en la familia natural,
sigue habiendo personas masticando
salivazos en las cloacas, entre rezos
para no perder su puesto en la oficina.
No me importa el origen del problema.
Ni su desenlace.
No me importa el “maneje con precaución”
que resuena en la radio.
Tanta expresión de rechazo apacigua
estos gigantes galácticos
enviando mensajes codificados: ondas
gravitacionales agitando un piano azul.
Y Bataille, tratando de encontrarse
en el cuello cercenado de un rey,
dice:
“las palabras: instrumentos de actos útiles”.
Pero en un poema, Bataille, cada signo es trivial,
fonemas inservibles cuando una lluvia
cubre el espejo que concentra
la ipseidad: yo
en la soledad del asfalto,
en el desierto de arena
donde delfines angelicales
saltan de atardecer en atardecer.
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