hablo de fútbol porque me aburre la política
las estadísticas médicas y los comunicados sobre huracanes
me aburre la academia y todos sus derivados
me aburre hablar de literatura
mientras degusto un buen mezcal o una cerveza muy fría
hay tanto del vivir de lo que se puede platicar en una cantina
sobre la contaminación de la bahía
o aquellas tardes en que regresaba con los tobillos hinchados
después de meter tres goles
y andar haciendo malabares con el balón
que los defensas rivales tomaban como seria agresión
un escupitajo, un puñetazo, un salir con tu chica
eran tardes en que los camiones no tenían orden
en la playa desovaban finas arañas acuáticas
y pintarrajeaba las inservibles e invendibles obras prehispánicas
que destiñen a la montaña de Los Venados
pero yo prefiero guardar silencio en las cantinas
ver pasar la madrugada
como si todo fuese una lenta migración de elefantes verdes
pedir una cerveza más
olvidarme de los corridos y las patéticas canciones románticas
o ponerme los auriculares para estallar torpemente
en las canciones de Coldplay
ver pasar el primer colectivo del día, destruir parques
mear en el departamento de lencería de un supermercado a 24 horas
irme a la playa a platicar con las ballenas azules
y preguntarles el día en que volverán los tiburones magenta
mis amigos del alma
esos adolescentes sencillos y de familias pobres
camaradas de la calle
con los que aprendí a nadar y a meter goles
a repartir la poca comida para la que nos alcanzaba
a surfear olas lácteas en donde vibraba la voz de algún dios griego
con ellos aprendí a perder finales y no fallar penales
a navegar las colonias violentas de Acapulco
y a no excederme de filigranas con algún equipo
formado de futuros sicarios infantiles
pues no sólo me romperían la tibia y el peroné
sino la nariz los dientes los zapatos
y se llevarían mis pertenencias y jamás me dejarían entrar a su calle
éramos tan comunes que todas las chicas nos perseguían
aunque no iban a los partidos importantes
andábamos por el estómago de Acapulco
con tristes uniformes escolares
improvisando canchas y camas de hotel para quien las necesitase
sin meternos en líos familiares ni policiales
nadando
como nadan las avestruces, los venados, los tiburones
y yo los recuerdo en esta cantina oxidada
que ha perdido su rockola y su pista de baile
ya no pasan clásicos de fútbol europeos
y te atienden señoras amargadas
porque un mar de fondo les destrozó a sus niños
esos adolescentes que como yo
llegábamos puntual a las tres primeras clases
y después de las diez todo era cascarita, coca-cola
retas contra adversarios desconocidos
no sabíamos otra cosa más que jugar fútbol
y caminar lentamente por las vísceras de Acapulco
recogiendo goles, árboles viejos, perros vagabundos
y un futuro en el que ya no nos sumergimos en la misma marea
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