martes, 8 de julio de 2014

Regates y otras florituras

"Era domingo, te acordarás, y yo ya vestía de corto y me batía con fiereza en la defensa, multiplicándome para neutralizar los avances de los ásperos adversarios de Linotipo, y nuestro sufrido entrenador, el Zorro Ramírez, nos exigía a gritos que pusiéramos más hombría en la cancha, claro que no con esas palabras, pues el Zorro aludía una y otra vez a nuestros órganos genitales en forma despectiva, y fue entonces cuando apareciste en esa desalmada canchita de cemento, acompañado por cierto de una señorita que a juzgar por su mirada y sus arrastrados pasos tampoco había dormido, y tú, Daniel, borracho pero solidario con tus compañeros del suplemento que éramos vapuleados malamente por los brutos de Linotipo, no dudaste en correr al camerino, cubrir tu osamenta con ropas verdes y arrugadas, echarte un trago de cerveza tibia para cortar en seco la borrachera y pedirle al Zorro que te hiciera entrar a la cancha: ¿cómo diablos iba a contrariarte el gritón del Zorro, si había estado tomando toda la noche contigo y sabía de tu habilidad para desbordar por la derecha y además seguramente tenía ganas de coquetear con tu amiguita mientras tú fatigabas esas gastadas zapatillas de tu hermano menor? No lo digo ahora para halagarte, Dani: fueron los diez minutos más inspirados que yo había visto en mucho tiempo en una cancha de fulbito. Entraste, pediste la pelota y no la soltaste más. Ante la conmoción de los exaltados atletas de Linotipo, y alentado por los gritos de esa amiguita de dudosa reputación que te habías levantado en alguna esquina puñalera del centro de Lima, diste una lección de habilidad pura, de insolente picardía, birlando la pelota de tus rivales y escamoteándolos casi se diría que con desdén, y así, flaco, desgarbado, con unas piernas tan huesudas que parecían canillas, apestando a trago, te convertiste, por diez minutos, en el amo y señor del partido, aunque es justo decir también que no convertiste un gol ni te acercaste siquiera al arco contrario, pues al parecer no estabas interesado en marcar un gol sino únicamente en bailotear, hacer piruetas, engatusar al rival con argucias y mañoserías, regar la canchita de tus inspiradas florituras: fue la tuya una soberbia exhibición de fulbito magistral y perfectamente inútil, y te digo ahora que yo nunca, sobrio ni borracho, alcancé a brillar como lo hiciste tú esa mañana neblinosa ante diez o doce personas que te aplaudían porque te admiraban y también porque sabían que tú después pagarías el cajón de cerveza que habían fiado a tu nombre".
Jaime Bayly

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