En aquel bar olvidé mi mochila con el borrador de poemas chafas en 10 fotocopias, algunas fotos, herramientas para imprevistos y las llaves de este departamento donde gobierna la mala suerte. La dejé justo cuando leía su último email. Lo bueno es que se salvaron dos encendedores, una carta por enviar y mi libreta de notas que siempre estaban ahí.
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