Me he encontrado con Diego. Pocas cosas no han cambiado en la última década. Seguimos teniendo la cara de niños aunque en la mirada se le note que él tiene dos hijos y que yo estoy oxidado por tanto tabaco. Recuerdo la mañana en que pasó frente a nosotros Carolina. Era lunes. "Para el miércoles esa chica será mía", le dije y se burló. Ella era chaparrita con unas pantorrillas que valían la pena, sus minifaldas eran asunto cotidiano. Y su mirada asonante se quedó en mi diario. Me gustaba como un simple deseo juvenil. Fui detrás de ella, nos reímos y dos días después era mi novia. Ella tenía un padre machista, un afán de ser enfermera para seguir coleccionando minifaldas y unos amigos que se sentían dioses. Ese mismo día Javi estrenaba novia, también se llamaba Carolina y era de nuestro grupo. Una mujer alta, coqueta y fiestera. Le recordé a Diego como se deshizo de mí Carolina en 48 horas. No le gustaba el fútbol, ni la melosidad de mis besos. En el mismo Lapso Javi perdió a su chica. Paradojas de la vida. Diego me preguntó por Paco, no le quise hablar de su suicidio. Recuerdo: Diego era mi suplente en las canchas de fútbol y le cambié el tema hablando del penal que falló y ya no fuimos campeones. Él sí que habló de Carolina. Estaba casada, tampoco le han pasado los años, conserva su cara de niña aunque tenga una hija y sus pantorrillas siguen intactas. Se casó con un mecánico, sufre y no se acuerda de mí. El silencio nos acorrala, seguimos esperando algo aunque nuestras vidas ya casi hayan tomado rumbo. "No he vuelto a jugar fútbol desde aquellos días. Deja de fumar. Me saludas a Paco", me dijo Diego antes de tomar el urbano. Y desaparecimos como aquellos disparos que no fueron goles porque pegaban en el poste.
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