martes, 26 de febrero de 2013

Fiebre sintética

A veces me da por escribir hasta quedarme sin fuerza, sin aliento literario, hasta que el medio día me consume, me apura y me pone en el televisor un Barca-Madrid del año pasado para relajarme, me aburro y vuelvo al teclado: recuerdo la casa de mi abuela a la que se le ha caído la banqueta, algunas tejas y las puertas, la calle está sumida de tanto que escarban y no le echan un centímetro de asfalto, en realidad ya no es casa de la abuela, se fue con sus perros, sus biblias y vestidos con flores a otra casa, más pequeña, donde se rodea de alambre de púas, palmeras, plataneros y un árbol de mango que no ha dado frutos, ella, rodeada de sus perros, vive tranquila como yo en mi cuarto, cuando a veces me pierdo en las redes sociales o no contesto llamadas o releo una novela de un escritor colombiano que habla de gatos, de cierta chica, de rock-stars y futbolistas que no hicieron carrera profesional porque se partieron el tobillo en una cáscara de barrio, a veces la mano reclama, los ojos rojos y la ropa de casa que no me cambio en semanas por su absurdo desgaste, no entienden que me quede sin insumos interiores y bancarios, me quedo solitario creyendo en la risa de cierta chica, me quedo en la reescritura, en lo que nunca termino porque al cerebro le da por ponerse en off y entonces llega la idea trascendente, mística, esa que me volverá un poeta profesional (aunque los escritores nunca se profesionalizan) y vuelvo al Barca-Madrid, a la casa que se cae, a mi abuela y sus perros y sus árboles y sus ruegos cristianos, y vuelvo a quedarme sin fuerza, me miro las uñas, arranco teclas y trato de entender a Schopenhauer, me reviento emocionalmente con los silogismos de Cioran y me acerco a la ventana: la bahía a oscuras se torna ligera, suculenta, esta bahía que me hace escribir aunque ande cansado, sin ideas y con recuerdos inservibles que me pierden en una nebulosa laberíntica que me hace dejarles mi fiebre sintética por escrito.

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