martes, 1 de enero de 2013

Escuela del vértigo: entre el “derrepente” onírico del nómada y la reinvención de la no pertenencia del extranjero


Pero si vivo apartado de tales seres, si no alcanzo a percibirlos por el sentido, los veo cómo se reproducen en mi imaginación, y pasan ante mis ojos la casa, la ciudad, el aspecto de los lugares y los varios sucesos en ellos representados.
Ovidio

A Daniel no lo conocía hasta que me pidieron hablar de su libro. Tiene nombre de futbolista español, joven promesa del Real Madrid, que terminó en segunda división allá por los dosmiles. No creo que sus fracasos futbolísticos lo hayan convertido en escritor. Uno sin referencias históricas piensa cualquier cosa.
Me quité la idea de la cabeza. Cavilé. Unos detalles biográficos serían un buen aliciente y no creo que hagan indigestión con la lectura. Faltaba más. El libro es el mundo cotidiano de quien lo escribe; mas en poesía. El diario vivir.
A punto estaba de mover la perilla y pasar a Wikipedia (donde por cierto hay huella del futbolista pero no del poeta), cuando uno de esos espíritus chocarreros (era madrugada de verano) se recargó en mí y me dijo: “muchacho, no pierdas el tiempo estudiando al hombre, el encargo fue hablar de su libro”. Reaccioné.
Así que me sumergí en el entramado onírico y de búsqueda que es ‘Escuela del vértigo”.
Búsqueda sin fin son estos poemas. Buscar la identidad, las palabras inscritas en el tiempo. Búsqueda de malabares para conjugar al ayer en el futuro. También hay sueños. Lo muestra el poeta: “el camino me habla”. Toma la vereda. Y niega volver a atrás. Se sacude “las horas del recuerdo”. Se derrota a sí mismo para hallar un poco de alegría: agrego una línea de Rilke: “Sabemos al mismo tiempo florecer y marchitarnos”.
El viajero en su sueño muere para volver al presente, para ser extranjero y perseguido. A él le agrada. Lo cuelga en la hoja: “no hay vuelta atrás/regresar es tan vergonzoso”.
Aventura. Vagancia. Al mismo tiempo soledad, abandono. Menciona que su porvenir, lo que saldrá de la semilla, los nuevos poemas están en otro sitio. ¿Acaso Comala? Es la elegía del hijo de Pedro Páramo, que cabalga el polvo onírico de un pueblo extinto, por encontrar los “derrepentes” que expliquen el mundo en el que existe “para no dimitir el presente,/para no sentirse forastero,/para no ser el errante”.
No hay salida de emergencia. Ni maquina para regresar al pasado. “Escuela del vértigo” muestra la imagen de una distancia eterna e insoluble. Hay dolor, pero “la amargura / no se transformará en versos”.
Aparece una segunda parte. Inventarse, reinventarse es la meta. Recurrir al olvido para dar consigo mismo. El poeta pone a tope los sentidos, los sobrecarga para saber andar en un mundo que no le pertenece. Empieza a pertenecerle.
La búsqueda sigue en pie: “volver al sitio donde partieron las barcas”. Aparece Ovidio queriendo retroceder los ríos, echar atrás el sol, vestir a la tierra con estrellas. Trastornar a la naturaleza para volver a su hogar. Por ello, el poeta pone atención en el silencio, en las sombras, en el lenguaje. Teme la velocidad del tiempo, la presencia relativa que somos. Teme que no ocurra nada, lo que se espera. Observa la colectividad. Menciona el canibalismo rampante que existe por doquier. A pesar de suceder en otro sitio, esa colectividad le resulta tan familiar.
Le interesa el retorno. Huye y regresa. Se amarra al pasado, vive en el presente y prepara maletas para el futuro. La vida es lo de menos. Vivir es lo que importa. Detalla su rutina de extranjero: ir de compras al supermercado, tomar el metro, llegar al hogar que no es su casa sino un departamento en el que se espera a que pasen las horas y traigan de vuelta los días de casa. La ilusión de Ovidio.
Se habla del destino, como ese dios todopoderoso al que no se le puede plantar cara. El poeta no niega su destino. Abre la puerta asignada y rechaza el seductor atajo hacia cualquier lugar. Sabe que a fin de cuentas la salida será la misma: “no puedo evitar envenenarme de retiro/y afuera/el mundo amplio/eterno/continúa rodando siempre”. Como siempre.
Habrá un final: se pudrirá el jardín, la comida en el estómago, el pasto durante el invierno. La segunda parte es más intensa. Echa la vista atrás, mete las manos al bolsillo y entiende que no queda infancia ni adolescencia. Sólo este instante único, breve que trae un destello matutino para sumergirse en los laberintos de la oscuridad.
El extranjero firma la derrota: “me devasta ver que no estaba apto / para el mundo en el que vivo”.
En conclusión, ‘Escuela del vértigo’ es la travesía de un nómada en busca de “derrepentes” oníricos para vivir al día y termina convirtiéndose en el extranjero solitario que reinventa su nuevo mundo con fragmentos de un tiempo que ya no es.

27 de julio de 2011.

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