Caminar por las calles de Acapulco es triste. Baches, ambulantes, edificios abandonados, niños con hambre ofreciéndote chicles o bacheando calles. Acapulco no es triste. Sus cerros y su virulenta bahía. Sus colonias repletas de escaleras y arroyos. Pero ver niños a medio día fuera del salón de clase entristece. Lleva a preguntarse qué hemos hecho de nuestra cotidianeidad. Lo vemos a diario. Y los ojos responden con silencio, ponen una cortina de humo para que los rostros infantiles no se nos metan en la memoria. Camino. Y el ruido es triste. El polvo. La radical modernidad que nos ha invadido con autoservicios, gasolineras, autos. La radical modernidad que nos ha arrancado árboles, animales sanos, gente cortés dando los buenos días. Hace dos días corregí una nota en el periódico que trataba sobre dos niños que tapaban baches para comprar un juguete por el Día de Reyes. Es absurdo. Trabajar para consumir. Tanto producir para que ciertas personas carezcan de tranquilidad en su vida y tengan que realizar trabajos absurdos. Los niños, a pesar de su negra cotidianeidad, eran felices, estaban pendientes del futuro, ilusionados con lo que serán y tendrán en diez o quince años. Dudo que la radical modernidad se los permita. En cuanto sepan de qué va la vida, se volverán fríos y no creerán en los sueños que en estos días les dan fuerzas para reparar las calles bajo el sol de medio día. Absurdo es caminar entre maderales de pobreza, hambre. Entre piedras anegadas de tristeza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario