miércoles, 25 de noviembre de 2020

Cuando Maradona se volvió Dios y le cortaron las piernas

Yo nací un año en que un futbolista se volvió dios. Se llamaba Diego Armando Maradona. Le decían Pelusa, otros Barrilete Cósmico. Y murió el 25 de noviembre de un año que anega de oscuridad, dolor y ausencia a la humanidad. El primer recuerdo que tengo de él es en su penúltimo partido en un mundial, USA 94. Aunque tenía intacto su talento nato, para entonces ya no tenía las condiciones físicas del genio del futbol que detuvo el tiempo, a la armada inglesa, a México y al mundo con sus dos goles más emblemáticos en el Estadio Azteca contra Inglaterra. Quizá, más allá de haber salido campeón del mundo en el mundial del 86, son los dos goles que lo volvieron inmortal. Esa mano con la que metió el primer gol que demuestra su rebeldía y su desparpajo en una cancha y para con la vida. Y el que fue declarado el gol del siglo: Diego regateó desde mitad de campo y dejó en el suelo a medio equipo inglés. A todos.

Recordémoslo en la voz del locutor uruguayo Víctor Hugo Morales:

“La va a tocar para Diego, ahí la tiene Maradona, lo marcan dos, pisa la pelota Maradona, arranca por la derecha el genio del fútbol mundial, y deja al tercero y va a tocar para Burruchaga... ¡Siempre Maradona! ¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... Gooooool... Gooooool... ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme... Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... Barrilete cósmico... ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Argentina 2 - Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 - Inglaterra 0”.

En esos años el futbol era más futbol, pertenecía a los mortales, a los talentos natos, a quienes verdaderamente aman este deporte. Diegol era el digno representante del futbol de barrio. Quizá los dos últimos mundiales que jugó en plenitud Maradona, México 86 e Italia 90, fueron los últimos en que verdaderamente se jugó al futbol, ese futbol originario, ancestral, inventado por los ingleses y alborozado en los barrios pobres de América Latina. No el deporte mercadotécnico, capitalista, repleto de tecnología y justicia artificial y una burbuja de miles de millones de dólares. 

 

El último mortal que jugó celestialmente futbol ha muerto y se lleva tanto de este ritual humano, salvaje, indomable, mágico, emocionante y que, a ratos, saca las lágrimas. Todo eso era D10S en la cancha, y también en la vida. Su actitud radical contra el poder y su defensa de los pobres, de su gente, de la calle dónde él había nacido y crecido. Además de su talento con el balón en los pies, Maradona también condujo un programa de entretenimiento. Donde brilló con su peculiar personalidad, con sus maneras sin molde, sus revelaciones íntimas, sus charlas con otros personajes destacados, con su sabiduría como alguien verdaderamente sacado de las cloacas para deslumbrar a la humanidad. Algo que dejó muy claro al tener cercanía con líderes latinoamericanos de izquierda, como lo fueron sus camaradas Fidel Castro —a quien le debe diez años más de vida después de ser rehabilitado de sus adicciones en el sistema hospitalario cubano, si seguía consumiendo es cosa de él—, el controversial Hugo Chávez y el originario Evo Morales.

Que los moralistas y los políticos contra los que farfulló se encarguen de calificar la vida de Diego Armando Maradona. Los que amamos y soñamos con la vuelta del futbol originario no podemos valorar los actos vitales de un dios tan terreno, tan sensible, tan mágico, tan leyenda. Fundó una religión en Argentina y en Napoles, ciudad italiana donde atrajo a las masas con sus regates, goles y liderazgo, es su estandarte, su razón de ser. El futbol tiene una deuda con Maradona. 

Decía que el primer recuerdo de Maradona lo traigo del mundial del 94. Televisión a blanco y negro en la terraza de mi abuela. Los argentinos cascarean a los griegos a las afueras del área, una pared tras otra, a primer toque, hasta que la pelota vuelve a Maradona, ya en posición, ya con la mente adelantada en lo que va a hacer y el zurdazo que se cuela por el ángulo derecho, dejando parado al portero griego. La celebración es emblemática: Diego corre hacia la banda con los puños apretados, detrás sus compañeros, se acerca a una cámara, los ojos abiertos, los ojos muy abiertos, ojos de una galaxia en ebullición. Es la imagen de un tipo que se metió un cóctel de efedrina, un estimulante para los reflejos, la oxigenación y la pérdida de peso. ¿Por error o por decisión propia? Eso nunca se sabrá. Fue su último gol y vaya gol que Maradona metió la última vez que asistió a un mundial.

Al siguiente partido le tocó pasar por el antidoping y, como él siempre lo dijo, le cortaron las piernas. ¿Por decisión de la FIFA que no soportaba los desplantes del genio argentino o porque hasta los dioses deben respetar las reglas? Nunca se sabrá. Diego siguió viviendo, siguió en lo suyo, en su rebeldía, en su adicción, fue comunista, fue radical, desbordaba emoción y luz cósmica en cada equipo que dirigía, y sus palabras incomodaban a propios y extraños. 

Hoy se fue el futbolista que más se divertía con el balón en los pies. Aquel hombre que alcanzó el Olimpo y aún más allá, donde los hombres se vuelven inmortales. El hombre que se convirtió en dios en el Estadio Azteca durante aquel ya lejano 1986.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario