miércoles, 24 de junio de 2020

Un poema de cangrejos y laberintos

A pie he circulado laberintos en hora pico
para meterle un bisturí a este malhumor
que llevo amontonado en los hombros.

Los atajos no tienen utilidad alguna
y he decidido volver con mis cangrejos anémicos
para contarles sobre las flores carnívoras
que se reproducen en mis entrañas,
para darles un poco de whisky, el multivitamínico caduco
durante el desayuno
y que recuperen un poco de su dócil
pero bien ensamblada figura.

Sólo que yo no puedo circular ni por diez minutos
ese andrajoso laberinto
de donde saqué jorobados, horas de playa,
el café silencioso antes de que llamara a la ventana el sol;
ese laberinto del que me sacaron durante la infancia,
el único sitio donde platicaba con cangrejos,
cangrejos imaginarios que no les importaba la sazón de lo que comían
ni la vejez ni las horas pico
mucho menos las idas al trabajo
o el regreso a una casa enmarañada en la violencia de sus paredes.

A pie he circulado este otro laberinto
donde cosecho una tristeza de marea baja.


 

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