En una de las tantas ligas de futbol de Acapulco en las que jugué, siempre quise enfrentar a un vato que era defensa, de 1.80, correoso y pierna larga, decían que era impasable.
Después de varios meses de verlo jugar llegó mi turno: a la primera que le hice me metió un codazo en la cara y lo expulsaron. El partido no tenía más de cinco minutos de haber empezado, pensé que ya todo sería mero trámite sin ese amigo enfrente.
Pusieron a un chavo de mi tamaño. Él sí era impasable: salían chispas en cada mano a mano en el que nos enfrentamos a máxima velocidad.
Después de varios meses de verlo jugar llegó mi turno: a la primera que le hice me metió un codazo en la cara y lo expulsaron. El partido no tenía más de cinco minutos de haber empezado, pensé que ya todo sería mero trámite sin ese amigo enfrente.
Pusieron a un chavo de mi tamaño. Él sí era impasable: salían chispas en cada mano a mano en el que nos enfrentamos a máxima velocidad.
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