este manso huracán que no destruye ciudades ni castillos
ni trae ojivas nucleares
o por lo menos se traga las momias estériles
que desfilan en la televisión
este hueco desde el que atrapo lobos marinos y reptiles de
agua
mientras aparece un indigente
y lo esquivo abriendo el periódico
lo esquivo escupiendo contra el semáforo
me vuelve el dolor de cuello y de cabeza y de escroto
por tanto líquido que no consumo
por tanto comer a deshoras y en pleno amanecer
por tanta basura que cuelga de los postes
por tanto ingenuo que se dice
antipoeta
antifascista
antibélico
anticarne y antimatrimonio
antirrevolución
antinosequé
porque lo único que soy es un antilactoso
porque lo único que pregono es la antiviolencia
(no lo confundan con el antibelicismo)
me detengo unos minutos
mido mi estrés y mi barba
mido el cansancio que traigo en el trasero
espiro y respiro y pienso que subo y bajo escaleras
como aquellos días de entrenamiento profesional
me detengo en la página 7 del periódico
leo: ‘la revolución es el opio del pueblo’
hoy todo es revolucionario
las puestas en escena, el cine, los viajes a Marte
la medicina para el cáncer y el SIDA y la obesidad
la manera en que se crían gallinas y vacas y cerdos
los goles que suben al marcador por un chip
los drenajes y los debates en cámaras gubernamentales
la televisión digital y las conversaciones a distancia
por eso toda revolución es opio del pueblo
(¿dónde firmo?)
respiro
vuelvo a las escaleras
recuerdo al preparador físico
“tienes que correr más, tienes que alimentarte mejor
tienes que aguantar las patadas, tienes que dormir más de
ocho horas
para que adquieras la masa corporal necesaria
para hacer regates y quedarte en el medio campo
sin que tragues tierra al menor soplido”
el indigente lee el periódico
también mi cerebro
cierro todo
dejo de pensar
él sonríe y estira la mano
lo evito
le aconsejo que organice su propia revolución
porque aquí la inflación y los intereses
están espolvoreando a la pobreza y el hambre
me quedo callado
el diclofenaco surte efecto
como cuando me tragaba tres pastillas
después de que me destrozaban los tobillos
y el dolor se trasladaba a la boca del estómago
y el pie podía seguir haciendo malabares con el balón
tanto se ha anestesiado mi dolor
que ya no sé por dónde va este escrito
quizá autopistas siderales
quizá mares extintos
quizá la cola tímida de un dinosaurio fósil
quizá el indigente
quizá estoy alunado por tanto tabaco
quizá estoy en mi casa imaginando estúpidamente
que tengo trabajo, que juego al fútbol, que voy por el
periódico
donde descubro que el escurridor vale cien o mil veces más
porque fue puesto en un museo
para justificar el revolucionario arte contemporáneo
a carcajadas esparzo la noticia
a carcajadas me vuelve el dolor
de cuello, de cabeza, de escroto, de tobillo
y de piernas por ejercitarme en exceso
a carcajadas me digo
que para revoluciones opiáceas
y arte contemporáneo millonario
está el indigente engrasando su hambre
llorando sobre su hijo enfermo de gripa
y rezando para curarse el dolor imperfecto
que achaca su alma o su cuerpo o su espíritu
un dolor que achaca a su cerebro
y su carne y su sexo imperturbable
que organiza revoluciones cuando se le ocurre
traer un nuevo ser humano
a este mundo límpidamente ruinoso
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