jueves, 4 de julio de 2019

El Parazal

Eran las diez de la noche. Estaba en Playa Hornos, un cerrito de arena a mitad de Acapulco, cuando una camioneta se estacionó frenéticamente en La Costera y dos hombres se bajaron de ella. Los brazos del conductor colgaban de la ventana esperando a que los otros regresaran. Cada uno llevaba en las manos un aparato que no alcancé a distinguir a primera vista. Parecían armas de alto calibre. Ambos vestían pantalón de mezclilla. Uno de ellos tenía una playera oscura, el otro una más clara. Se treparon a una estatua que adornaba grotescamente la vista: media tonelada de bronce desfigurado, un adefesio sin pies ni cabeza. Era una monstruosidad, una ofensa que pretendía representar la figura de la mujer morena de Acapulco. (Texto completo en Tierra Adentro)

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