Hasta los 27 años mi rutina fue jugar futbol. Por eso no
recuerdo con tanta emoción los mundiales de 2006 y 2010. Mientras en Alemania,
Ricardo Antonio Lavolpe hacía el ridículo en la fase de grupos, yo disputaba
partidos en los Hermanos Campos con ese mal equipo que formamos con Chava. Era
un equipo al que le faltaban integrantes y cambios, que apenas si completábamos
para pagar el arbitraje. No éramos un buen equipo, algunos equipos nos metieron
unas palizas inolvidables, pero durante cinco años nos empeñamos en mantenerlo.
Gente venía, gente iba; sólo cuatro o cinco mostrábamos compromiso, dábamos lo
doble para pagar la papeleta, no faltábamos con la esperanza de que se
estabilizará. Lo cambiábamos de liga, que estuviera más cerca, que fuera menos
competitiva, que nos permitiera lograr triunfos. (Texto completo en Trinchera)
martes, 26 de junio de 2018
El balón de la memoria pegado al pie cada cuatro años (Segunda y última parte)
Mi memoria está invadida por minas que cada vez que explotan
ponen en mi mente algún recuerdo en un campo de futbol. Cuando migré a Acapulco
me dejó de interesar la televisión y recorrí todas las canchas de Acapulco. No
rechazaba ninguna invitación para ir a jugar, no me importaba si era a las 7 de
la mañana o a medianoche, si estuviera a unos pasos de mi casa o hasta la
periferia del puerto y no tuviera dinero para el pasaje. Nada me emocionaba más
que jugar fútbol y veinte minutos antes de cada partido estaba cambiándome para
entrar al campo.
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