jueves, 9 de marzo de 2017

Todo por la borda

Y fue un domingo cuando nos dimos cuenta de que los pájaros nos veían diferentes, los tiburones ya no venían a preguntarnos por las noticias del día y la playa estaba plagada de arena negra, apestosa, triste. El estilo de la vida había cambiado y era hora de tirar todo por la borda. Así que juntamos las tablas de surf, los shorts tropicales, las huellas imaginarias de nuestra adolescencia, un par de balones de fútbol, fotos de los últimos tres años plagadas de acrobacias sobre las olas, de niñas en minifalda, de abrazos que ponían en su sitio a la muerte; juntamos todos los pasos, los delirios, los pleitos a puño limpio, los llantitos por una final perdida en penales y las discusiones en las mañanas tristes de esa bahía, viendo fútbol internacional los sábados a medio día, sacando monedas bajo los semáforos, odiando a las rubias que nos abandonaban porque no teníamos para una cerveza, huyendo del éxito vaporoso de las oficinas. Lo juntamos todo. Construimos una lancha con árboles secos de Palma Sola. Era domingo. La noche recién aparecía en la esquina del Pacífico. Aventamos todo a la lancha que tenía hoyitos por aquí y por allá y se metía el agua. Rociamos de alcohol 96 todo y antes de que el agua inundara todo y se la llevara al fondo, prendimos un cerillo y esos tres años se volvieron ceniza, vapor de mar, fogata en medio de la bahía y nos abrazamos pensando que en el cerro alguien veía a nuestra lancha llena de fuego y le alegraba la noche, le curaba el insomnio, lo infectaba de sueños con los que podría soportar la estructura de los días, el olvido, el desamor en el teclado, la llegada a ese trabajo malpagado y lleno de jefes incompetentes e insensibles. Si alguien veía el incendio, era alguien acorralado por la incertidumbre de la vida.

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