domingo, 13 de marzo de 2016

Hablar en serio en un mundo fantástico que sólo lanza flatulencias

Mi adicción a leer notas deportivas me llevó a otro vicio aún más suculento y, a la vez, superfluo: leer los comentarios que dejaban a pie de nota los foristas o lectores o como se le quiera llamar a esa muchedumbre sin nombre que analiza goles, jugadas, dribles, canastas, volantazos o bolas muertas de tenis, como si de ello dependiera la próxima teoría física en comprobarse o la cura para el cáncer y el VIH. Me salía una carcajada por cada comentario leído.
Nunca he tomado enserio a las redes sociales. Ni para asuntos de ocio, ni por cuestiones sociales o políticas, mucho menos para analizar cuestiones morales (la moral –líquida en estos días- es la cuestión humana más relativa). Siempre que alguien me reclama, me crítica, me llama la atención y se mofa de algunas de mis frases bobas, estúpidas, simples ocurrencias que nacen de la pereza, les digo que uso las redes sociales como un entretenimiento, que sólo es un divertimento de esta época sin rumbo en la que me tocó sentarme.
De lo que más hablo ahí es de fútbol. Un día perdí la noción de lo que decía al estar fanatizado por el energúmeno José Mourinho dirigiendo al Real Madrid y haciendo fechorías por las que medio mundo ponía el grito en el cielo. Era gracioso gastarme unos minutos de mi tiempo para ver al portugués reflejado en las palabras del laberinto digital.
También podría hablar de básquetbol y Kobe Bryant, de cómo viaja Lewis Hamilton a más de 300 kilómetros por hora, del poderoso Djokovic y la sutil Paola Espinoza. Por mi formación académica hablo de política, otro monstruo del que medio mundo cree tener la fórmula para domarlo y entenderlo y conquistarlo, cuando en realidad no tienen más que verbos ideologizados hasta lo radical; y en esas cuestiones si pongo los pies en polvorosa.
Cabe decir que quien se tome enserio alguna de mis opiniones puestas en una red social tiene un grave déficit de lecturas y, sobretodo, de vivimiento: gente vacía del cerebro que espera, que persigue a mesías afectados por una diarrea verborreica, y les cree, que es lo más grave.
Sobre esto me viene una enseñanza. Recuerdo un medio día en que una estimada profesora de universidad me dio un jalón de orejas para no caer en ideologías mesiásticas y guardar silencio a tiempo, después de leer en público un texto de seis cuartillas me dijo frente al auditorio casi lleno que yo sufría de diarrea mental. No tenía ni un mes en la universidad y la vida ya me trataba sin apariencias. ¡Qué días aquellos! Uno si aprendía con la mano dura y las lecciones de vergüenza en público.
Volviendo al mundo virtual, no creo que vayamos por buen camino si tratamos de analizar la realidad humana tomándolo como campo de referencia. Lo que lograron los marginados, los reprimidos, los pobres, los discriminados lo hicieron a pie de calle, cerrando ejes viales, rompiendo cristales y cabezas policiacas, hablando de viva voz en una plaza inundada de cientos de personas que exigían una realidad diferente para ellos.
Por ahora, que siga circulando la información y las cantidades ingentes de flatulencias por la web, que afuera la atmósfera se llena de llagas, los ríos cambian su ruta hacia el centro de la tierra, los bosques se erosionan y los marginados y demás desclasados siguen muriendo de hambre, a golpes y balas.
Todo seguirá su curso y no queda más que poner en práctica, para librar asperezas digitales, una recomendación de Stuart Mill que dice que mi libertad termina donde empieza la de los demás; por eso prefiero quedarme callado cuando a alguien no le parece mi postura, mentes disímiles nunca llegan de la mano a buen puerto. Aunque el espacio virtual jamás respetará la libertad humana. No le busquemos tres pies al gato y que cada quien escriba lo que su mente vacía o intelectualoide le dicte.

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