Me aburre el mundo. Me aburre la vida. Nada tan desolador que una muchedumbre con rumbo fijo, ajena a sus zapatos, escondida en sus deseos de vanidad y de triunfo y de verbenas populares donde la hipocresía y la falsa humildad se regodean como los brillantes valores de una comunidad farragosa. Una cotidianeidad cimentada en lazos insípidos, de concreto inservible que no llevan a un desierto soberbio para alimentarnos de nada.
Vivo en la época del maquillaje barato, la cirugía estética apresurada. Época del discurso sin razonar tranquilizando a aquellos que nada saben de árboles, de insectos, que defienden a esta bahía sin misticismo ni leyenda, mucho menos una historia certera y precisa. Aburrido permanezco en esta bahía invadida por una muchedumbre de identidad lívida.
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