ni las canciones de la momia Silvio Rodríguez
ni la bohemia rimada de Sabina
y mucho menos a los taxistas dicharacheros
pero me agrada el viaje (lento) en metro en hora pico
cuando el mundo
-llámese albañil, ama de casa o policía fuera de forma-
se me viene encima
como las paredes de aquella vieja casa de los abuelos que ya no existe
puedo declararle mi odio a los perros callejeros
y a los colegas
-sea mujer u hombre o gay o lo que los dioses sexuales les hayan hecho entender-
que van escupiendo hipocresía y palabras deshonestas
por el carrusel de dos metros cuadrados que nos tocó tomar
por accidente o por decisión propia o porque no había algún otro aparato
con el que pisar y gastar nuestra absurda biografía
soy honesto y de alas cortas y de mecha corta
tengo una lengua huracanada que nunca puede
cumplir con las cuotas necesarias de silencio
que nos exige eso que se llama contrato social
aunque me irrite el estómago y los nervios
a diario bebo una coca-cola de 600 y dos tazas de café
como una vez al día y duermo durante 20 horas en mis jornadas de descanso
o cuando no tengo saturado mi cuarto de libros por leer
y estúpidos proyectos literarios por escribir
no soporto a mi vecina histérica, falta de un hombre o de perdonarse a sí misma
ni los noticieros y las casas lujosas y la luna llena
me desagradan las largas filas en el Oxxo
de gente que le mete dinero a sus celulares
pero sigo de pie, paciente por la obra maestra
-sea libro de poemas o novela o gol de llano
o por fin, de una vez por todas, ganar la primera final de mi vida-
o quizá sólo vivo para ignorar olas dispuestas a surfistas expertos
huracanes que destruyan definitivamente Acapulco
vivo para ver cómo se siente la vejez en mis huesos
cómo se mueren toneladas de humanos y aves y peces y sirenas y tiburones
en realidad, sólo vivo para encerrarme con mi hijo
a ver todos los capítulos de Dragon Ball
y decirle que lo único honesto que hice en la vida
fue jugar fútbol con mis vecinos, mis compañeros y amigos en la calle
metiendo goles en una improvisada portería sin travesaño ni postes
que pudieran destrozarme los tobillos y los anhelos
después de hacerles mil y un regates
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