jueves, 7 de agosto de 2014

Alguna vez leí obsesivamente a Cioran

Aquí no anochece
porque vivo sometido a la adolescencia visceral de Cioran
y a sus rutinas insomnes para encontrar la filosofía
y a sus continuas enfermedades provocadas por sí mismo
para llenarse los pulmones y los dedos de palabras
que pretendían volver polvo a las dictaduras
al capitalismo, a la religión, a la vida
y regar la historia con sus vómitos
 

pero me distraigo 
leo que si trabajas cerca de una ventana
puede ayudar a ejercitarte y dormir mejor
no quiero dormir

 
veo pasar cucarachas, asesinos sin sueldo
una horda de pájaros araña ávidos de semillas
la luna no tiene importancia como el amor
y el sexo y el recuerdo de canciones en inglés
que escuchaba mientras tomaba el camión
para llegar a la cancha y vestirme

rodeado de canciones en un idioma que no manejaba
ponerme las medias y los zapatos y las espinilleras
sin pensar que al paso de algunos años
estaría regando quejidos líricos bajo un poste
afuera de la oficina 

frente al taquero que funciona mecánicamente
y sirve lo que le piden sin prestar atención al cemento
y a las parejas, a los coches nuevos y a los policías baratos
que se aposentan en su metálico negocio de seis metros cuadrados
 

y la noche se ha ido o no quiere saludarme
la vida o el vivir se me ha ido en este preciso momento
y no me queda más que observar el paisaje
lluvias lácteas, aviones aterrizando con prisa, indigentes
a lentos peatones con olor a alcohol
con la pinta de aquel silogista rumano o francés
 

pero estos borrachos solubles
no poseen la mecánica nostalgia o tristeza
el atareado vivir o historia
la equilibrada intención o ímpetu
por mirar las agujas, las migraciones siderales
los restos de muerte y peste y envidia
la desnudez exquisita de los cuerpos
que cimentan los edificios y dan movimiento al tiempo 


como si todo estuviera fríamente calculado
el algoritmo del destino o de los dioses
como si toda la tristeza y alegría temporales
que poseo en los brazos, en los ojos
y ante todo en mi aliento
fuera una líquida estampida de corazones rotos
ojos morados y quijadas dislocadas
provocada por aquellas noches en que 

decepcionado de la vida y del mundo
de los políticos y mi familia y del fútbol
me encerraba a inyectarme la desesperación
la podredumbre, esos silogismos de la amargura
para dar con el maldito yo que curara decepciones y rechazos
que me ofreciera la mínima intención o tentación por existir
 

por ver lo que queda cuando la playa
no engendra olas complicadas para los surfistas

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