Para Adriana Libélula
soy un caparazón colgado en tus azabaches cejas pestañas rodeadas del salitre que habita las costas donde se reproducen tiernas raíces de peces alarmas que duermen en la blancura de una piedra sueño mientras cangrejos espada caminan en tus ojos sin una brújula que los guíe hacia lo oscuro de la conciencia de humanos monstruos que cuentan fríamente los centavos recogidos en plazuelas de hambre pisadas por descoloridos niños que pintan la certeza de olas fantasmas sobre las que jugaron en playas parques con los muertos de guerra o revoluciones fallidas impulsadas como submarinos panteones por cerebros de cal que aspiraban a la inmortalidad ametrallando selvas calles de criaturas sin un mezcal que les animara las noches no alumbradas por tus azabaches cejas pestañas que derrapan en mi lomo lenguaje de centros comerciales en los que trepé escaleras eléctricas para espantar a la muerte silencio que me infectaba los ganglios con refrescos manzanas embrujadas con el prototipo de manantiales contaminados por la mierda de ancestros robots de madera y roca tatuados con palabras invisibles para pintar a tus azabaches cejas pestañas con los fósforos dormidos del cielo nocturno que derrama arroyos de hierba que adornan los huesos de tu vocabulario oscuro lleno del misterio abstracto de larvas espirituales que se reproducen en las entrañas de mis manos ramas que se agarran a los remos alas de un pájaro alimentado de cenizas para llegar a las visiones presencias del ciclo acuífero de tus azabaches cejas pestañas que un verano julio me entregaste con la alegría de estas cárnicas palabras que perdieron los dientes garras durante una innoble guerrilla que los periódicos no bebieron y ya nadie recuerda
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