que le cortan la respiración cuando intenta besar a Iva.
Las noches de Sam Spade se han contaminado de la tuberculosis
que circula en casetas telefónicas para matones a sueldo.
Se rasca la calva, fuma cigarrillos con la terquedad del diablo.
El pergamino de un halcón lo convirtió en un asesino,
pero él vagabunda tras las pistas
que lo libren de esta caza de brujas.
Podría ser un guardaespaldas ingenuo,
un bilioso empresario en ruinas,
la ceniza de un policía vengativo sin salario.
Podría cobrar su pensión por las balas que tiró en la segunda guerra mundial.
No teme rocambolear en las grutas de traficantes de alcohol.
Un tal McCarthy lo acusa de ser un terrorista socialista
que siembra pétalos de bombas nucleares
en el pasto de las plazas comerciales.
Las noches de Sam Spade son librerías viejas
que esconden la avaricia de gente sin escrúpulos;
hay recetarios para preparar un cálido Walker on the rocks
o un café americano con sabor a África.
Sam Spade mira la sangre púrpura de las estrellas,
prefiere coserse los labios con un trozo de su gabardina
pues sabe que se inculparía ingenuamente
si contesta las preguntas del FBI.
(Publicado en Periódico de Poesía)
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