De noche, uno oye el insomnio de los grillos, al perro que enamora a la luna /escándalo amanerado/, las pisadas de la abuela que va al baño y se pierde en los rincones de la casa… uno escucha cómo poco a poco se aleja-se acerca la lluvia.
De noche, uno oye los papeles malpuestos que caen sobre las escaleras, cómo se mete en el cuerpo el olor de las flores del camposanto, la contrariedad de un borracho que no tiene llaves para entrar a su hogar.
Uno oye los presagios de muerte que trae el búho, la algarabía que pronto terminará, el paso de las ánimas errantes que buscan el lugar de su eterno descanso… uno escucha las balas de la parabellum, 9 mm son suficientes para encontrar una ocupación.
De noche las gallinas descansan sobre un árbol y el viento trae el bullicio de lejanas ciudades.
Escucho las sirenas que llegarán tarde al sitio de la desgracia.
Pero en el pueblo, cuando la noche está en pleno apogeo, derrepente, uno oye caminar a las paredes, el final de las fiestas antiguas para el santo patrón, bulla de muchedumbre /el interminable repiqueteo de las campanas/, el murmullo de las ilusiones que no se cumplieron y los quejidos de una muchacha que siente el dolor-la humedad del amor entre las piernas… uno escucha lo que alguna vez fue infancia, la serenata con boleros, al abuelo despedazando su guitarra en la cantina, los llantos por la muerte del hijo; oigo, escucho y “pienso que llegará el día en que estos sonidos se apaguen” para poder dormir en paz.
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